1/6/09

Victorino: Decepción sin paliativos

Muchas eran las ilusiones que cientos de aficionados teníamos depositadas en la tarde del sábado, 30 de mayo, a la espera de un triunfo del torero riojano que más lejos ha llegado en la historia de ese arte tan antiguo, como el hombre, y tan real, como la muerte, que es el toreo.
Para bien o para mal, y pese a quien pese, Madrid es como ese gran dios griego que da y quita contratos , que coloca y aparta en la carrera del éxito a aquellos matadores que sueñan y se sienten toreros.
La corrida de Victorino Martín acostumbra a ocupar los últimos días de la feria, si no el último, porque, hasta no hace muchos años, era la única capaz de levantar a la afición del sopor, el aburrimiento y la mala gana de lo visto en los festejos anteriores. Los afamados toros cárdenos, ellos solos, arrastraban sobre su genética una herencia de respeto del aficionado como ninguna otra ganadería actual.
Esa tarde, la del sábado 30, hubo pseudovictorinos en el coso venteño, cobrados a precio de victorinos, aplaudido alguno -el primero- como victorino, y siendo, escandalosamente respetados por el 7 como si fuesen victorinos.
Pero aquello no fueron victorinos. Un victorino jamás podrá ser aquel animal que buscó refugio en las tablas ante la muleta de Diego Urdiales o que se comportó sin casta ni clase ni bravura ni... ante la de Manuel Jesús "El Cid". Lo del segundo toro de Diego, fue algo clamoroso, de difícil recuerdo en esta ganadería. Que yo recuerde y haya visto, nunca.
Y si mal estuvo el ganadero y sus toros, la afición del 7 en particular, peor. No es de recibo que se mantuviese en la plaza al quinto toro de la tarde, ni que aquellos aficionados que aducen rigor y un alto nivel de exigencia en cada lance para justificar sus pitos y sus descontentos, muchos de ellos callasen o se cruzasen de brazos permaneciendo indiferentes ante un toro que era indigno de la primera plaza del mundo. Parte de culpa también la tuvo el torero, que quizá por amistad con el ganadero no quiso obligar al astado y consintió que el toro tomase el capote siempre sin humillar.
¿Hubiese tenido el mismo trato un toro de cualquier otra ganadería que no fuese la de Victorino Martín? ¿Por qué se acude a la plaza con juicios previamente confeccionados que impiden ver a muchos el impresionante momento, por malo, que está atravesando la ganadería del de Galapagar? El aficionado debe ir a una corrida de toros, sea de primera o de tercera, en Madrid o en Cervera del Río Alhama, libre de clichés, y aplaudir lo bueno o criticar lo malo, sin tener en cuenta ni hierros ni coletudos. Lo contrario adultera la realidad y no es beneficioso para un mundo como este.
Diego Urdiales lo intentó con el primero, con altibajos en su faena, quizá sobraba la última tanda al natural y erró con la espada. En su segundo, poco pudo hacer ante un toro descastado y manso que nada quiso saber.
"El Cid", a pesar del buen saludo con el capote y la casi perfecta lidia en los dos primeros tercios a su primer toro, no tuvo suerte y el burel se diluyó, escasísimo de fuerzas. El segundo tuvo que ser devuelto, no lo fue y así le fue.
Iván Fandiño demostró su valentía y sus ganas, volteretas incluídas, pero su lote tampoco fue bueno y poco pudo hacer.
El futuro de nuestro torero riojano es incierto y es posible que el planteamiento de la temporada deba ser modificado tras el inesperado resultado de la corrida de Victorino, en donde tenía depositadas la mayor parte de sus esperanzas. Desvanecidas pues, debería reajustar la táctica con ayuda de sus apoderados, buscando subirse al tren de los carteles aunque posiblemente merezca más de lo que le oferten.

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