6/10/09

Diego Urdiales confirma el mejor momento de su carrera en Madrid

La del domingo en Las Ventas fue una tarde didáctica y de la que muchos chavales de la escuela de Madrid que se encontraban en el coso venteño, a buen seguro tomaron nota de qué es el toreo, cuáles son los terrenos que hay que pisar, cuál la decisión, las ganas y la verdad con la que hay que abandonar el burladero de cuadrillas cuando se pisa el albero de la plaza de toros más importante del mundo.
Esos muchachos, llegados desde distintos puntos del país para formarse y alcanzar su particular "El Dorado", esperaban con ganas la llegada de Diego Urdiales. "Uno de los más clásicos del escalafón" decía un mozo. "...que tenía que estar mucho más arriba, que se lo ha ganado sin que nadie le haya regalado nada" apostillaba otro.
Si con ganas de verle estaban los chavales, el run run expectante que murmuraba la plaza instantes antes de que saltase al ruedo el segundo de la tarde dio buena muestra de lo bien valorado que está el de Arnedo por la afición madrileña.
Los toros de Victorino, y ya son dos en el mismo año y lugar, volvieron a dar un lamentable espectáculo. Incomprensiblemente, se lidiaron cinco ejemplares del de Galapagar porque uno de ellos fue empitonado durante la noche por sus hermanos de camada. El ganadero dispuso, al menos, de diez horas para embarcar un toro y llevarlo a Madrid. Pero no fue posible. O no se quiso. ¿Cobrando lo que cobra por cada uno de sus toros se puede dejar la corrida coja y quedarse tan tranquilo? A vista del empresario parece que sí, decidió rellenar con un grandísimo ejemplar de Carriquiri y saldó la papeleta. ¡Qué nocivo es el "no hay billetes"!
Los cuatro toros lidiados – el tercero fue devuelto porque perdía las manos de contínuo- de la A coronada fueron pitados en el arrastre. ¡Corrida de saldo! se escuchaba en los tendidos. No es para menos.
Diego Urdiales impartió su magisterio en cada uno de los tercios que componen el antiguo arte de lidiar toros. Recibió a su primero -por presentación y kilos, un no toro de Madrid pero que allí se lidió- con unas verónicas añejas, con la rodilla doblada, ganándole el sitio a su oponente y rematando con una media. La embestida del toro no era clara y hacía extraños y daba bandazos. Ya con la franela le robó varios derechazos y naturales de calidad, pasándoselo por la faja con dominio y poder. Estuvo en todo momento por encima del toro y una buena estocada tras un pinchazo en todo lo alto puso de acuerdo a toda la plaza. A pesar del presidente, que no quiso concederle la oreja que la mayoría del aforo reclamaba, Urdiales dio una vuelta al ruedo envuelto en una ovación cerrada.
Su segundo, un toro grande, de cuello infinito y cara de madre, fue un ejemplo de mansedumbre y de alimaña, muy peligroso. De salida amenazó con saltar al callejón y buscó el refugio de toriles cuando aún no había probado el capote del riojano. Muy a la defensiva durante toda la faena, cuando Diego conseguía su embestida se quedaba a medio camino y buscaba al torero de continuo, lanzando derrotes y tarascadas. Urdiales estuvo con él muy firme y valiente, aguantando los malos modos de un animal imposible. Lo pasaportó de una estocada entera colocada con destreza y el público, una vez más, reconoció el mérito de Diego.

José Luis Moreno anduvo sin la clarividencia de ideas de otras tardes venteñas, donde sí consiguió ofrecer una imagen mucho más cuajada que en la del domingo. Toreó de primeras a un novillo manso y blando. Consiguió algunos derechazos muy rematados pero en ningún momento le puso la muleta adelantada para trazarlos largos y grandes. Llama la atención su colocación, algo desgarbada en su primero y al hilo del pitón, cuando no fuera de cacho, en su segundo, un toro al que no entendió de primeras y que, cuando parecía que comenzaba la comunión, llegó el primer aviso para darle muerte y no dio tiempo para más.
Sergio Aguilar se tuvo que tragar los dos toros que no fueron de Victorino, un sobrero de Julio de la Puerta y el anteriormente mencionado de Carriquiri. Este torero suele destacar por el valor y el deseo de imponer los cánones clásicos a su tauromaquia que le imprime a cada una de sus actuaciones. Sin embargo, no fue su tarde. Anduvo frío como siempre y falto de convicción como casi nunca. A su favor hay que decir que su primero fue un toro descastado y sin clase, de embestida desganada y final andarín. También su segundo fue un toro manso pero, a pesar de que consiguió acoplarse mejor que con el anterior, la verdad es que le cuesta transmitir con su toreo para calar en los tendidos.
Un broche de hojalata el de Victorino Martín en Las Ventas que, en lugar de desaparecer del tendido envuelto en un lógico manto de vergüenza por el juego de sus astados, lo hizo pausadamente, parándose a echarse fotos con sus fanáticos, aquellos que tragan carros y carretas e intentan acallar la voz del aficionado que está harto de una farsa que está durando demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario