18/12/09

La palabra prohibir

No me gusta la palabra prohibir. De todos los encerrados en el diccionario de la lengua española, el "prohibir" es el único que me hace estremecer, más aún si a alguien se le ocurre pasar a la acción y darle sentido. Para alguien como yo, amamantado en la niñez de la recién consensuada democracia, desarrollándome al amparo referentes educativos -padres y profesores fundamentalmente- arraigados en los valores de la libertad y el respeto al diferente, la cuestión de la prohibicion de celebrar festejos taurinos en Cataluña es algo que, por mucho que pretenda encontrarle alguna justificación coherente, me resulta imposible comprender.
Una democracia sólo pueder ser si se sustenta, fundamentalmente, en el ejercicio del poder basado en las mayorías, respetando éstas, siempre, la legitimidad de las minorías. Cuando una democracia se sustenta en el poder de unas minorías amparadas por el oportunismo político coyuntural, la democracia se pervierte para transformarse en una oligarquía interesada.
La aritmética parlamentaria, cuando olvida las libertades individuales, genera monstruos bajo la apariencia de articulados repletos de títulos, capítulos y disposiciones caprichosas y ventajistas.
Se debe aceptar la decisión soberana de cualquier parlamento, nos agrade o no su decisión. El respeto a la legislación debe imponerse a nuestra desolación.
Jamás he visto a un aficionado a los toros insultando impunemente a quienes no apoyan el mundo de los toros. Sea pues el aficionado quien imponga criterio, comportamiento, y coherencia. Una coherencia que los defensores de la ILP no demuestran en sus actos. Agregan que todo es por la integridad de los animales. Si es así ¿por qué permitir entonces los correbous, tradición de raigambre catalana, en la que se prende fuego sobre los pitones del toro? ¿Acaso la integridad del toro no resulta mermada en esos festejos? O son otras cuestiones relacionadas al toro las que se esconden detrás? Si están en contra del maltrato animal, estenlo en cualquier modo, sean coherentes con sus propias palabras. De lo contrario, será imposible creer que su único cometido es la defensa del toro.
Sepan una cosa, el aficionado no tiene color político, porque cuando se acerca a un coso, anhela encontrar el arte y la belleza, alejarse de los problemas diarios que suficientes quebraderos de cabeza nos causan ya.
Hoy la suma de fuerzas deja claro que el futuro de los toros en Cataluña es más incierto que nunca. Ni siquiera sumando las abstenciones a los votos a favor se conseguiría suficiente número para darle la vuelta a la situación. Algo muy grande debería ocurrir para que la tarde del 27 de septiembre, en la que José Tomás cortó cuatro orejas, sea la que suponga el broche de oro, oxidado por el llanto de impotencia de la afición catalana, española y mundial.

Interiores de la Monumental de Barcelona, 5 de julio de 2.009

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