Traigo, una vez más, las sabias palabras de Don Joaquín Vidal para analizar la cuestión de las presidencias de plazas de toros y los males que las atenazan. Sirva este post para referirse a la plaza de toros de Alfaro y a tantas y tantas plazas de toros en las que un señor que es designado presidente no ejerce, por acción u omisión, como tal.
Decía Don Joaquín que:
Una barrera separa los que cobran de los que pagan. De la barrera para abajo, los que cobran; de la barrera para arriba, los que pagan. Con la sola salvedad, en la parte alta, de un palquito coquetón que ocupa el señor presidente - en otros tiempos le llamaban el usía - y se supone que le darán una propinilla por pasar allí la tarde haciéndose el gracioso.
Los toreros acuden bajo el palquito coquetón montera en mano, dicen "Buenas tardes señor presidente" y ya tienen la faena hecha: a cobrar. En épocas pasadas, los toreros decían "Brindo por usía" y luego habían de justificar el brindis, naturalmente toreando. (...) En la década de los años 30 y aún en la posguerra los presidentes ordenaban subir al palco a los diestros que se inhibían en su tarea lidiadora y les pegaban un broncazo.
De ahí la importancia de la institución presidencial. Un palco que no esté vendido, o que no esté vacio, o que no lo ocupe un chufla; un palco gobernado, en fin, por una autoridad competente, es el fundamento inexcusable para que haya orden y concierto en la fiesta. Un palco ocupado por un presidente con lo que hay que tener - afición y honestidad, sin ir más lejos - es la garantía de que no salgan novillos en corridas de toros; de que si padecen invalidez, sean sustituidos en el acto; de que los picadores sufran multa, inhabilitación y oprobio cuando le zumban la pandereta al toro acorralándolo contra las tablas; de que los toreros no le tomen el pelo al público pegando trapazos sin propósito alguno de torear pero con unas ansias locas de cobrar.
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