La afición a los toros exige respeto a las autoridades de este país. Demanda que pueda ejercer su derecho de asistir a las corridas de toros en libertad. El Estado tiene que garantizar al aficionado el poder acudir a ver una corrida de toros sin que otra persona lo agreda verbalmente. Algunos dicen que la afición no ha estado unida y que no ha sabido defenderse. Y yo me pregunto, ¿de qué tendríamos que defendernos? La afición a los toros tiene el derecho de disfrutar de esta fiesta siempre que empresarios, toreros y ganaderos se pongan de acuerdo para organizar un festejo.
Que la fiesta se estaba muriendo en Cataluña, cierto, que la estaban matando los taurinos, cierto también. Pero eso no justifica la prohibición. De desaparecer hubiera muerto por si sola. Se hubiera degradado.
Este enorme castigo que hemos recibido nos tendría que hacer venirnos arriba como a los toros bravos. Ahora sí, porque si se acepta esta prohibición y consigue hacerse efectiva se habrá creado un precedente peligroso, no sólo para fiesta, sino también para la sociedad española.
Los toreros, con la afición detrás, deben ser los primeros en echar la pata ‘alante’ para defender la fiesta. El año que viene habría que demostrar la fuerza del toreo. Grandes carteles, con toros de garantía, a plaza llena y con la televisión de por medio. No habría mejor promoción y mejor defensa.
Los taurinos se tienen que aplicar. Han visto como a una afición a la fiesta escasa y débil, como la que existe en Cataluña, se le puede destruir. Deben ser cuidadosos en la elección del ganado y gastarse dinero en publicitar los espectáculos. No vendría mal el apoyo televisivo. El toreo es el segundo espectáculo de masas de este país y en cambio la información taurina es prácticamente inexistente en un medio en lo que no sale, parece que no existe.
Ojala que alguien intente parar este despropósito y que le sirva a quien corresponda para intentar hacer mejor las cosas y ofrecer un espectáculo más atractivo. Tengamos esperanza y hagamos fuerza desde los clubes taurinos. La afición, al final, tiene la última palabra.
Que la fiesta se estaba muriendo en Cataluña, cierto, que la estaban matando los taurinos, cierto también. Pero eso no justifica la prohibición. De desaparecer hubiera muerto por si sola. Se hubiera degradado.
Este enorme castigo que hemos recibido nos tendría que hacer venirnos arriba como a los toros bravos. Ahora sí, porque si se acepta esta prohibición y consigue hacerse efectiva se habrá creado un precedente peligroso, no sólo para fiesta, sino también para la sociedad española.
Los toreros, con la afición detrás, deben ser los primeros en echar la pata ‘alante’ para defender la fiesta. El año que viene habría que demostrar la fuerza del toreo. Grandes carteles, con toros de garantía, a plaza llena y con la televisión de por medio. No habría mejor promoción y mejor defensa.
Los taurinos se tienen que aplicar. Han visto como a una afición a la fiesta escasa y débil, como la que existe en Cataluña, se le puede destruir. Deben ser cuidadosos en la elección del ganado y gastarse dinero en publicitar los espectáculos. No vendría mal el apoyo televisivo. El toreo es el segundo espectáculo de masas de este país y en cambio la información taurina es prácticamente inexistente en un medio en lo que no sale, parece que no existe.
Ojala que alguien intente parar este despropósito y que le sirva a quien corresponda para intentar hacer mejor las cosas y ofrecer un espectáculo más atractivo. Tengamos esperanza y hagamos fuerza desde los clubes taurinos. La afición, al final, tiene la última palabra.
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