A los lamentos de los empresarios cuando la gente no pasa por las taquillas, conviene responder que lloran su propia estulticia, porque son ellos quienes echaron al público de las plazas con ese subproducto fraudulento y hortera que inventaron para que unas figuritas de mentrira exhibieran su mediocridad con las borregas.
Nuevamente, el maestro aguza su mirada, entorna los ojos, apunta al centro de la diana y hace blanco con una facilidad insultante.
Joaquín Vidal escribía este párrafo atemporal como apertura de la que fue sinfonía venteña allá por el año 82, que pasó a la historia taurina como "La corrida del siglo".
Decía el maestro que aquella "no fue una corrida con los toros más bravos, ni con las faenas más completas". Aquella fue, simple y llanamente, una corrida de toros.
El comportamiento de los toreros fue acorde al nombre de su profesión, honestos, oficiosos y valientes. Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá y Jose Luis Palomar dieron un auténtico recital de pundonoer y entrega torera.
Los toros, lo fueron en toda la grandeza de su condición, con excelente trapío y encastados. Victorino Martín ofreció un corridón de toros -aquellos tiempos en los que la selección primaba sobre el resto de intereses-.
Así es la fiesta, así fue siempre y por eso será, como lo fue ayer, ese espectáculo grandioso y único que arrebata multitudes.
Al final, (...), los tres matadores y el ganadero, entre aclamaciones de una multitud enfervorizada, salían a hombros por la puerta grande. Y el público, pegando pases por la calle Alcalá arriba.
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